en Reflexiones

Contemplativo

Amnesia contradictoria, paradójica.
Quien me conoce sabe, que entre muchas de mis cualidades y defectos, mi obsesión observadora es inmensa. Soy como una estatua viviente, un continuo torbellino de ojos y oidos a la espera de sensaciones constantes. Cual samurai contemplando la espesa niebla a la espera de algún intruso que quiera penetrar en el castillo de su amo.
Lo que no todos saben es la impermanencia de todo lo que observo. Poco queda de crudo en mi, todo lo que pasa por mis sentidos es transformado en información relevante y los datos se esfuman en el mismo instante en que otras sensaciones llaman mi atención.

Eso me di cuenta hoy, cuando hablaba de películas y libros que nunca recuerdo. Cuadros y obras que no me importa ver poque sé que no quedarán en mi memoria y pierden valor en la impermanencia de la mente arcaica de los museos.
El arte, para mi, no es un lenguaje. Es el habla.
La arqueología y la historia del arte, es eso. Arqueología e historia.

Siempre me rehusé a estudiar historia del diseño en mi carrera. Y con razón, porque ahora poco recuerdo.
El arte está en la expresión, decía. Pero también en la comprensión, en la comunicación y en la apropiación.

Y así es como contemplo, sagaz y paciente. Recurrente y sutil. Obtengo mis propias conclusiones que no creo ni yo mismo.
Todo el resto es mentira.

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