La imagen de portada (por Lin Mei) es de las puertas Torii de Fushimi Inari en Kyōto. Son cuatro kilómetros alrededor del monte Inari, en el que te encontrás con algunos templos pero en el que este camino de puertas parece interminable. Inari es el dios del arroz, y por lo tanto la abundancia, por lo que las puertas fueron donadas por aquellos que buscaban el beneficio del dios Inari para sus negocios. El arroz era la base de la economía, y era fruto de una constante labor.
En el anterior artículo cuestionaba la normalidad que se trata de debatir, recuperar, imponer, superar… quién sabe…
Hoy quiero explayar por qué considero que este periodo pandémico es una oportunidad de repensar nuestra normalidad. Los invito a pensar el confinamiento como excusa y no como consecuencia.
Quiero proponer un escenario. Hemos vivido los últimos años en una aceleración constante. Desde que surgió internet la cantidad de información y la demanda cognitiva ha subido exponencialmente. La sociedad en red, como la nombró Castells, nos permitió que hoy en día sea normal teletrabajar y conectarnos con nuestros amigos y familias para festejar cumpleaños o unos mates desde nuestro espacio confinamiento. Esto es totalmente natural y se ha aceptado muy rápidamente cuando hemos tenido que confinarnos. Además, la economía cognitiva nos ha permitido disfrutar de la cultura, la “gig economy” nos ha permitido comprar por internet o acceder a productos y servicios sin movernos de nuestra casa.
Pero todo esto no es gratis. Detrás de la hiper-información hemos perdido tiempo para contemplar otras cosas. Detrás de la hiper-conectividad hemos perdido libertades y privacidad. Detrás de los servicios de streaming y deliveries de productos, hay pequeños productores y trabajadores que han perdido su trabajo o son explotados por sueldos abusivos.
Esto que llamamos un tiempo anormal ha llevado a muchos a ver la necesidad de aprovechar la oportunidad para crear proyectos, ser creativos, resaltar y generar dinámicas. Existe una presión por la hiper-producción que ha quedado en evidencia. Pero, muchos otros han visto su vida personal y laboral colapsar, con las emociones agobiantes y la falta de perspectiva de futuro. Especialmente los padres o quienes tienen familiares dependientes, son los que más han vivido este colapso. Es difícil considerar esta realidad igual para todos. Todo lo contrario, hay muchas realidades que se vieron llevadas al extremo.
Desde mi realidad, que es bastante cómoda, me he planteado diversas formas de poder colaborar con proyectos, de generar cosas nuevas en este tiempo de confinamiento. Pero me cuesta mucho, y más allá de escribir estos artículos no he hecho demasiado. Sinceramente no tengo más tiempo libre que antes. Sigo trabajando, doy clases, etc., y el poco que tengo lo he dedicado a hacer ejercicio y algo más. Hoy valoro más lo cotidiano que buscar el desarrollo de algo nuevo. Pero mas allá de los hábitos, considero que este tiempo sirve para volver a la normalidad. Una normalidad que no es generadora, sino que es observadora. Que busca detenernos en el tiempo, pensar las cosas con más atención, ser mas sensible con otras realidades.
Creo que la mal llamada anormalidad es justamente una oportunidad de volver a una normalidad cognitiva, emocional y relacional. Sin duda, el confinamiento y los límites que a los que nos vemos impuestos no son ideales ni normales para nuestra sociedad. Pero estos límites son los que nos fuerzan a detenernos en ciertos detalles, en realzar lo que estaba oculto.
Algunos auguran por pensar en una nueva economía de decrecimiento, o una nueva movilidad que pondere las distancias cortas. Les propongo entonces, una nueva forma de relacionarnos, de desacelerar el ritmo de vida.
Algunos no estarán de acuerdo. Hay quienes siguen organizando eventos, reuniones o excusas para encontrarse virtualmente. Hay quien atiende a cientos de webinars y encuentros. Creo que pocos pueden bajar la ansiedad, muchos necesitan seguir conectados. Yo me he dado cuenta que no puedo, que no tengo ganas de “asistir” a ningún evento.
Siempre consideré que los eventos son buenos para encontrarse gente, estar en contacto. Un evento digital pondera más la presentación que el contacto. En mi caso prefiero retomar mis lecturas, escribir más.
Detener el tiempo, animarse a aburrirse, a no saber, a estar lejos, a dejar de compartir con los que están del otro lado. Tomar un respiro, disfrutar y compartir con los que vivimos, añorar a los que no están cerca. Muchos ya no deben saber qué significa estar solo con uno mismo. Puede que sea un poco romántico, pero creo que debemos buscar una normalidad que nos acompañe con nuestras emociones y que nos mejore.
Una normalidad demandada por patrones sociales no necesariamente es bueno para uno. Y el confinamiento nos da esa oportunidad, de desconectarnos y saber que igual estaremos en casa, que nadie nos requiere en ninguna parte, que nadie nos juzgará por la no presencia. Al contrario, nos valorarán por los gestos, por la impronta que presentemos en el futuro al encontrarnos con personas totalmente cambiados, superiores.
En este sentido me gusta repensar en el valor de la mediocridad como un atributo. La mediocridad de los días, de lo que hacemos, de lo que aspiramos. Esta situación vuelve estancos algunos planes a futuro. Y sin esos planes, no hay exceso, no hay por qué resaltar. No hay nadie a quien demostrar nuestro inmenso ego. En ese escenario la mediocridad se vuelve un salvaguarda de nuestro ego que nos permite atravesar esta situación. No hace falta hacer de más, no hace falta tener más, no puedes ir a ningún lado. La mediocridad podría funcionar como una forma de proteger nuestra salud mental frente a los límites actuales que nos impiden seguir al ritmo de nuestra ansiedad. Es posible que ante una economía de decrecimiento, ante un la necesidad de recuperar la salud del planeta, una detención, hacer menos, nos podría ayudar mucho más que la ansiedad de intentar resolver todo.
La mediocridad de la que hablo no es hacer nada, ni hacer las cosas peor. Es lo justo, producir lo necesario, recuperando y refinando lo que ya tenemos. Es no generar excesos, buscar el valor justo en vez de explotar el valor añadido. La metáfora del arroz y del largo camino de las puertas Torii es justamente este. Encontrar la abundancia y agradecer en el camino del crecimiento.
Los invito a hacer el ejercicio de repensar lo que hacen estos días, el propósito por el que lo hacen, y pensar las cosas que han dejado de hacer. Entender lo que tiene sentido, el efecto que tiene sobre los demás, sobre el mundo. Al fin y al cabo, un virus es un agente que cambia las relaciones, nos obliga a defamiliarizarnos con lo cotidiano, cuestionar lo normal.
Ya llevamos semanas o meses de medidas para paliar la crisis sanitaria, social y económica causadas por la infección del virus SARS-Covid-19. Hemos pasado de un lejano brote de gripe, a una realidad que nos ha chocado de forma inigualable en muchos años. Algo de lo que escribí hace 3 años parecía un futuro posible pero, por otras razones (y aún el cambio climático está a la misma distancia temporal).
El virus COVID-19 ha generado una reacción en cadena que causó esta crisis, o bien la crisis se hizo notar a causa de este virus. No podemos decir que geográficamente ni socialmente es igual para todos. La crisis y los efectos de la misma afecta diferente a todas las personas, ya sea por su estado de salud, su edad, su clase social, su acceso a diferentes servicios y su capacidad de vivir durante meses sin exponerse al posible contagio.
Sin embargo, los medios y quienes publican en ellos están hablando de un concepto de normalidad que, hipotéticamente, dejaría de serlo. En este artículo, me enfocaré en desgranar un poco qué significa esa normalidad y los posibles futuros de los que algunos hablan.
En primer lugar, no está muy claro si esta normalidad es algo que todos percibimos igualmente. Tampoco en qué ámbitos esa normalidad cambiaría.
Conociendo las diferencias de clase, de raza, de género, por lo que sabemos hasta ahora, esas diferencias se ven aún más. La vulnerabilidad genera mayor crisis para quienes no tienen otras formas de afrontar su “anormalidad”.
Tampoco está muy claro si esos cambios que veremos o que estamos viendo, son parte de lo que vivimos y sentimos ahora, o bien, de algo que vendrá. ¿Es esta una normalidad diferente? ¿O es solo una transición a la nueva normalidad?
Está claro que la idea de normalidad es problemática. Una normalidad significa estructuras sociales inamovibles, permanentes. La idea es peligrosa, porque define una idea revolucionaria. ¿Pero revolucionaria en qué sentido? ¿Acaso cambiarán las relaciones de poder? ¿El modelo económico? Todo parece indicar que el capitalismo se acrecienta a través de la tecnología, que los gobiernos manejan la crisis bajo pseudo estados de excepción, y que las libertades se acortan aún más para aquellos grupos más vulnerables.
Algunos utilizan esta crisis para definir una nueva normalidad que no pudieron generar antes, empujando esta definición a su favor como herramienta política. Mientras otros intentan insistir en la idea de volver a la normalidad que les beneficiaba. Parece que en esta nueva normalidad transitoria, si queremos llamarle, todo es más intenso pero poco cambia. La ansiedad que genera este cambio genera traumas, delirios y conflictos.
Pareciera que algunas cosas cambian para ciertos sectores, como el turismo de masas, o las empresas tecnológicas que venden servicios que no necesitábamos. Pero nada nos asegura que, una vez superada la crisis, volvamos a la situación anterior de consumo. Es más, el consumo es lo que los gobiernos tienen más preocupados. Una caída del consumo es una caída de la economía, pero no de los poderes del capitalismo. Al contrario, vemos cómo el poder económico se concentra en empresas como Amazon o Netflix, que se han visto beneficiadas por esta crisis, destruyendo los pequeños comercios y cines que quedaban.
En algunos países, el comercio de proximidad ha despertado, los ingenios para ofrecer cultura y educación han sabido adaptarse. Es maravilloso ver el cambio y adaptación. Sin embargo, poca evidencia hay que sea sostenible en un estado posterior a la crisis.
Considerando este escenario actual, podemos pensar en un escenario futuro. Es importante entender qué escenarios son observados como actuales, y cuales hechos del pasado determinan nuestras ideas de futuro. Cuanto más nos alejamos de estas realidades pasadas y presentes, podemos imaginar futuros más disímiles, pero poco tendrán que ver con la realidad próxima.
Un escenario pasado al que muchos se atienen, es la pandemia de 1918-19. Muchos insisten en que esa pandemia nos ha cambiado para siempre, y por lo tanto nos cambiará esta. Sin duda, todo efecto global es traumático. Todas las guerras nos han cambiado como sociedad, así como las crisis económicas, los ataques terroristas o eventos de diverso tipo. Todos y cada uno genera pequeñas excusas para cambiar.
Digo excusas porque ningún cambio es generado a partir de un evento, sino que los eventos son inicializadores de cambios en gestación. Al igual que con el virus, podemos salir a la calle a contagiar del cambio que llevamos dentro, o podemos buscar aislarlo para que no se reproduzca. Y esa decisión es nuestra como sociedad.
Y esa es la mayor oportunidad y el mayor peligro. Como sociedad, podemos elegir. Pero sabemos que la elección es siempre desigual, porque las sociedades se rigen mucho mas que por los poderes democráticos. Y como decía más arriba, en estos momentos de crisis, lo que mas se ausenta es la democracia. Las decisiones unánimes y su falta de transparencia están a la orden del día.
Es curioso, porque en un primer lugar estamos viendo respuestas tecno-deterministas. Aquellos que plantean estas herramientas lo ven como la única salida. Si bien no libres de consecuencias, no debemos olvidar que la humanidad ha salido de múltiples pandemias (y mucho peores), sin ningún tipo de estas tecnologías. Es decir, a priori, no son necesarias.
Yo estoy muy a favor de explorar nuevas opciones y oportunidades. Pero el peligro es el discurso que genera la idea de que este debe ser el futuro o no será. Una ideología que Morozov denomina solucionismo. Aún peor, quienes generan presión para incorporar diferentes soluciones tecnológicas a nuestra vida diaria, ignoran ciertos hechos.
«Surveillance is permanent in its effects, even if it is discontinuous in its action.»– Michel Foucault
En primer lugar, hay una “normalidad” indiscutida por utilizar modelos matemáticos, machine learning y datos para todo (incluso para mantener separada a la gente) , aún cuando no son necesariamente útiles, conllevan sesgos socio-culturales, cuando faltan muchos datos o los mismos datos que son utilizados son sospechosos por los intereses políticos detrás de su medición o falta de validez en los datos. Esto lleva a la idea de que necesitamos una forma de contar rápida, masiva y segura. Algo que por el momento no es posible en la mayoría de los países.
A falta de un método eficiente de contabilizar, nos hemos convencido de que a lo mejor podemos usar los datos de las personas para saber si se han contagiado o son potencialmente contagiados (atención con esto), de personas que efectivamente sabemos que son portadores del virus. Esta idea ha llevado a grandes empresas, e incluso la Unión Europea, a considerar aplicaciones móviles de seguimiento de personas.
Mi segundo argumento es que este tipo de soluciones está inspirado en supuestos casos positivos que ha permitido a algunos países asiáticos contener el virus (China, India, Hong Kong y Singapur, principalmente) [20/04/2020: A pesar de utilizar restricciones y tecnología, a Singapur se le escapó toda una clase social que vive hacinada de la que depende y en la segunda ola ha subido la cantidad de contagios]. Estamos hablando de países donde la democracia y las libertades individuales brillan por su ausencia. Elegir qué países mirar cuando la evidencia no es demasiado precisa, cuando los datos no son los que parecen, puede ser peligroso. En todo caso, ¿Por qué no se toman otros países como ejemplo? A pesar de ello, suponiendo que hay otras formas menos autoritarias de imponer un control restrictivo (vaya contradicción!), un estudio reciente ha demostrado que, a menos que prácticamente el total de la población se encuentre dentro de este sistema, la efectividad del contact-tracing es muy baja.
Tercero y último, históricamente, la imposición de estas formas de identificación generan racismo y discriminación. Desde la tuberculosis, el HIV, la tifoidea, hasta los famosos “inmunoprivilegios” del flavivirus del Siglo 19, identificar a los portadores de un virus es ofrecer una vía de discriminación sin igual. Es potencialmente peligroso, no solo por identificar a quienes efectivamente llevan o han tenido el virus, sino que pueden perjudicar a aquellos en los que la detección es un falso-positivo o un falso-negativo. Es decir, si no han tenido el virus y figuran como haberlo tenido, o haberlo tenido y no ser detectados. Esto se relaciona directamente con nuestra incapacidad actual de detectar a los portadores asintomáticos y la incógnita de permanencia del virus una vez superados los síntomas.
[20/04/2020: El instituto Ada Lovelace publicó un reporte argumentando por qué no se deben utilizar estas tres estrategias en el escenario actual para la mayoría de los países democráticos. ]
Mi objetivo no es discutir la salida de la crisis porque me debería extender mucho más en otros detalles. Sino demostrar que los mundos que nos imaginamos, están definidos por la idea de utilizar ciertas tecnologías como normalidad. Aún queda por explorar el concepto de solidaridad que se ha utilizado (y abusado) este tiempo, el de guerra con sus implicaciones geopolíticas, y del distanciamiento social como forma de redefinir la geografía espacial y humana. Creo que una normalidad mucho más sana incorpora métodos de prevención y confianza mutua, como es el uso de medidas higiénicas y barbijos cuando una persona detecta que podría contagiar a otros [20/04/2020: Incluso el confinamiento parece ser menos necesario si se utilizan barbijos, según la experiencia de Hong-Kong]. Es una costumbre a la que nos podríamos adaptar fácilmente y adaptar nuestra normalidad, si no lo llevamos al extremo. [20/04/2020: En un caso opuesto, durante la gripe de 1918-19 se creó la liga anti máscaras, lo que elevó el pico de contagios en San Francisco por un grupo de rebeldes sin causa.]
Es cierto que nuestra relación con la tecnología es ambivalente. La tecnología moldea nuestra sociedad al mismo tiempo que la sociedad concibe la tecnología. Pero debemos desentramar las ideas (e ideologías) asociadas a las tecnologías, porque de lo contrario oscurecemos y naturalizamos su uso como si fuera la única vía posible. Podemos comenzar a pensar nuevos escenarios en donde la tecnología puede ser útil.
«When every moment is constantly being filmed, it’s hard to relax.»- Kourtney Kardashian
Pero lejos de un futuro tecno-determinista, también podemos pensar otros aspectos del futuro. Por ejemplo, el contacto y los placeres humanos. Las relaciones interpersonales se vieron totalmente afectadas, desde el deseo romántico o sexual, hasta el compañerismo y el soporte psicológico. Nos hemos alejado y dejado de tocarnos con otros, de juntarnos, de darnos cariño más alla de las personas con las que convivimos. Dejamos de experimentar sabores y experiencias, dejando de alimentar nuestros sentidos, y nuestro insaciable deseo de aprender cosas nuevas.
[20/04/2020: Otro debate incesante en el mundo de las ciudades es la falsa idea de que la densidad poblacional es el problema. Un argumento falso, ya que el verdadero problema es la sobreocupación (overcrowded) de los sistemas de transporte y habitacionales. No es cómo convivimos, sino cómo las ciudades están diseñadas para movernos. Tal vez, las ciudades pensada para el tránsito de coches tienen sus dias contados, y algunas ciudades (Nueva York, Paris) ya están adaptando sus calles más transitadas para ser ciclovías.]
El contacto y el gesto está en nuestra naturaleza animal y social. Romper estos esquemas permanentemente sería un trauma social mucho más grande que cualquier otro. No solo los niños sufren por dejar de ir a jugar al aire libre. No me cabe duda que la sociedad será resiliente y buscará formas de entrar en contacto, en reactivar las actividades humanas cuanto antes sea posible.
Si debemos pensar en futuros posibles, debemos empezar por cómo recuperar los espacios perdidos. A partir de lo que necesitamos como personas, como sociedad. Empezar desde el miedo, desde el control, es empezar una guerra contra lo invisible. Y combatir armas con armas solo lleva a más destrucción.
Por otro lado, debemos sensibilizarnos con quienes tienen otras voces acerca de la experiencia en estos momentos, como las comunidades queer y LGTBI, personas sin techo, o todos aquellos que deben seguir exponiéndose al virus porque no tienen opción, por nombrar algunos. Quienes insisten en redefinir una normalidad deberían pensar menos desde la solución y acercarse a quienes viven otras realidades diferentes a las propias, y orientar la planificación en torno a recuperar espacios perdidos por aquellos más vulnerados.
Es por ello que los discursos de normalidad y de futuros posibles, deben construirse en torno a los conceptos que nos identifican, que buscan solidaridad pero también reconocer las necesidades y las diferencias preexistentes. La idea de normalidad es demasiado delicada para utilizarla de forma banal.
20/04/2020: A propósito de las políticas de normalidad (gracias David Solans por el disparador). Siguiendo a Sara Ahmed, debemos preguntarnos ¿a quién le conviene una nueva normalidad? Somos seres de hábitos y costumbres que no nos gustan los cambios radicales. En el 99% de los casos vamos a intentar mantener nuestra forma de vida y nuestras creencias hasta mas no poder. De la misma forma, intereses economicos y politicos harán lo mismo. Quien habla de una nueva normalidad no es más porque desea esa normalidad. Nadie quiere cambiar mucho, simplemente algunos quieren explotar la oportunidad. Ya sea los que luchamos por que haya mas bicis en las calles, o los que prefieren un cambio de regimen económico o político que defienda sus intereses. Por eso, cuando leamos sobre las nuevas normalidades (igual que podemos leer cómo la realidad es la misma) debemos entender qué intereses hay detrás de la proposición de un futuro diferente. ¿Quién se verá afectado? ¿Qué escenarios se plantean? ¿Qué principios defiende? La realidad es mucho más compleja que la falsa dicotomía entre salud o economía por muchas razones. ¿La salud de quién?¿La economía de quién?. Para el caso del uso de inmunoprivilegios he escrito un pequeño hilo de twitter (aquí) que explica por qué una medida de salud puede corromper la economía y salud de un sector de la población.